Los borgia by Puzo Mario

Los borgia by Puzo Mario

autor:Puzo Mario [Mario, Puzo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-01-19T20:51:32+00:00


—Desearía tanto volver a oír reír a Lucrecia —le dijo Alejandro a Duarte después de firmar el contrato que concluía las negociaciones para sus esponsales con Alfonso—. Su melancolía ya dura demasiado. Es hora de que vuelva a ser feliz.

Deseoso de mejorar el ánimo de Lucrecia, de acabar de una vez por todas con ese decaimiento en el que permanecía sumida desde que había alumbrado a su hijo, Alejandro había insistido en que Alfonso se presentara en Roma en secreto. No en vano, se decía que el duque de Bisceglie era el hombre más apuesto de Nápoles, por lo que Alejandro deseaba sorprender a su hija con su llegada.

Alfonso entró en Roma acompañado tan sólo por siete hombres. Los otros cincuenta miembros de su séquito esperaban en Marino, a las afueras de la ciudad. Fue recibido por un emisario del papa, que lo acompañó inmediatamente al Vaticano. Una vez que el sumo pontífice pudo comprobar personalmente que era tan apuesto como se decía, dispuso que acudiera al palacio de Santa Maria in Portico.

Lucrecia estaba asomada a su balcón, tarareando una melodía mientras observaba a los niños que jugaban en la calle. Era una hermosa mañana de verano y pronto conocería a su futuro esposo, pues su padre le había dicho que Alfonso llegaría antes de concluir la semana. Esperaba con impaciencia el momento de conocerlo, pues nunca había oído a César hablar tan favorablemente de ningún hombre.

Y, entonces, vio al joven Alfonso y el corazón empezó a latirle con una fuerza con la que nunca lo había hecho antes y las rodillas le temblaron hasta tal punto que tuvo que apoyarse en Julia para no caer al suelo.

—¿Has visto alguna vez a un hombre tan apuesto? —exclamó Julia.

Pero Lucrecia no dijo nada, pues se sentía incapaz de hablar.

En la calle, Alfonso desmontó de su caballo y, al levantar la mirada hacía el balcón, también él pareció quedar paralizado, como si acabara de caer bajo los efectos de algún embrujo.

Durante los seis días que faltaban para la celebración de los esponsales, Alfonso y Lucrecia acudieron a numerosos festejos y pasaron largas horas paseando por el campo o explorando las calles y los comercios de Roma, acostándose más tarde y amaneciendo temprano cada nuevo día.

—Padre, ¿cómo puedo agradeceros lo que habéis hecho por mí? —exclamó Lucrecia, arrojándose en los brazos de Alejandro como cuando todavía era una niña—. ¿Cómo podría explicaros lo feliz que soy?.

Alejandro también era feliz.

—Tu felicidad es la mía —le dijo a su hija—. Sólo deseo lo mejor para ti.

La ceremonia apenas se diferenció de la de los primeros esponsales de Lucrecia; sólo que esta vez ella hizo sus votos por voluntad propia y apenas si se dio cuenta de la espada desenvainada que el obispo que ofició la ceremonia sostenía sobre su cabeza.

Por la noche, tras el banquete, Lucrecia y Alfonso consumaron su unión ante el papa Alejandro y Ascanio Sforza y, en cuanto el protocolo lo permitió, se retiraron al palacio de Santa Maria in Portico, donde permanecieron en la cámara nupcial durante tres días con sus correspondientes noches.



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